En un mundo que corre, todo debe responder a las necesidades cotidianas de forma inmediata. Fast food, para la gastronomía; fast fashion para la indumentaria.
No es una tendencia nueva, ya lleva varios años en el mercado. Fast fashion es un término utilizado para nombrar a las colecciones de indumentaria inspiradas en las de grandes marcas y las fashion weeks más importantes del mundo, pero a un costo sustancialmente más bajo.
Así, se diseñan y confeccionan prendas en tiempo casi record, con escasa calidad en sus materiales y manufactura, que "apuntan a satisfacer meramente la vanidad", según afirman algunos.
Pero para que el sistema funcione es necesario además un sistema de logística que acompañe estos tiempos: desde su confección a la puesta de la prenda en tienda, no debe pasar mucho tiempo. Las colecciones deben rotar en cuestión de semanas, para así motivar que los clientes visiten las tiendas de forma continua y adquieran sus productos.
Campañas de marketing agresivas sin lugar a dudas cobran relevancia y ayudan a que esta tendencia se mantenga en pie.
"Dejamos que nos copien, y cuando lo hacen, cambiamos" afirman voceros de la firma Prada ... pero que efectos tiene permitir que esta tendencia se instaure en la sociedad?
Desde el punto de vista psicológico, muchos afirman que "fomenta la adicción a la compra compulsiva, que lleva a que el consumidor empujado por un vacío emocional, busque el placer en las compras".
Analizando el fenómeno y su incidencia en la ecología, los resultados tampoco son alentadores: la sobreproducción de prendas requiere utilizar mayor cantidad de productos químicos, que luego serán desechados (muchas veces, sin ser depuradores ni siguiendo control alguno). Por otra parte, para abastecer a las industrias de las materias primas necesarias, se debe incrementar significativamente las plantaciones de fibras. Nada de esto puede ser bueno si se lo sostiene en el tiempo.
Ya entrando en el plano jurídico, existen varias cuestiones a analizar: contratos de trabajo no registrados, que tienen como consecuencia en muchos países condiciones de trabajo esclavo, nulo respeto por los derechos humanos y condiciones laborales inseguras: basta citar como ejemplo el incendio que dejo entre 650 y 1000 víctimas en el incendio que tuvo lugar en la fabrica Ali Enterprises de Pakistán, donde no había más que una salida de emergencia operativa, ni equipos de extinción de incendios y las ventanas con rejas de hierro estaban bloqueadas por mercaderías.
La propiedad intelectual tampoco resulta inmune: esta tendencia en nada respeta el diseño de autor, ni a su creador y menos tiene en cuenta los "derechos morales" que el mismo tiene. Nada de todo esto importa. Todo tiene en miras un fin único: el consumo desmedido.
Y todo por lo que día a día luchamos abogados y diseñadores desde el lado que nos toque, parece desvanecerse. Y da lo mismo si es un diseño de un autor emergente, en el que invirtieron horas de trabajo, esfuerzo y gran parte de sus ahorros en sacar una pieza al mercado o si es una prenda de H&M, Forever 21, Gap, Zara o C&A que fue tomada y adaptada de una pasarela internacional.
La calidad, los materiales utilizados, la confección y duración del producto parecen no importar a sus consumidores.
Algunas medidas se están tomando para paliar esta tendencia. Desde Londres, se apoya el desarrollo de la indumentaria "sostenible". Francia, creo un nuevo estilo llamado "slowear", utilizando tejidos que respeten el medio ambiente y otorguen durabilidad a las prendas.
Argentina parece no estar tan afectada por ahora por este fenómeno, quizás porque nuestro mercado no estar tan minado aún de tiendas que comercialicen fast fashion como sucede en la mayoría de las capitales del mundo.
Esperemos seguir por este camino, y no importar esta tendencia a nuestro mercado: desde nuestro lugar, cuidemos a los diseñadores y su trabajo.