La moda y la ley, una vida juntas [Parte 2]



por Isabel Robertson Lavalle
Periodista y docente especializada en Comunicación de Moda

En la Historia hubo una época donde el oficio textil estaba tan legislado que nadie que no perteneciera al círculo podía ejercerlo.  Griegos y romanos protegían de este modo los conocimientos que los hacían superiores a los otros pueblos. 

Durante el Medioevo, se desarrollaron las Corporaciones de Oficios, asociaciones de artesanos que buscaban defenderse de los Gremios de Comerciantes.  La adquisición de personalidad jurídica, mediante reglamentación promulgada por la autoridad municipal, obligaba a respetar los estatutos y concedía algunos privilegios.

Con los siglos, estos Gremios de Artesanos fueron concentrando el monopolio de sus oficios, al punto que el artesano que no perteneciera al gremio local no podía hacer su trabajo en la jurisdicción de éste.  De ahí a prohibir el uso de las denominaciones  de origen regionales en otros lugares, un paso.  Así como actualmente no se puede llamar champagne a un espumante que no venga de la región francesa de Champagne, en ese entonces no se podía hablar de ‘valencianas’ si el encaje no provenía de la ciudad de Valencia.

Pronto se arraigó la práctica de que fueran los hijos aprendices los llamados a ocupar el puesto de sus padres maestros artesanos, por lo que la profesión se convirtió en hereditaria.   Pero como a las monarquías,  la corona empezó a quedar apretada.  La aparición de una burguesía que demandaba mayor cantidad de bienes suntuarios posibilitó un aumento de la producción por fuera de la asociación, mientras que la conquista de nuevos territorios extendió la habilidad de operarios en zonas difíciles de controlar para estas organizaciones.

Con el advenimiento del mercantilismo, durante todo el siglo XIV se observa a los gremios artesanales de menores recursos caer bajo el dominio de las guildas de mercaderes, que comienzan a comportarse como empresarios capitalistas.  En 1364 la guilda inglesa de mercaderes del paño obtuvo el derecho de monopolizar prácticamente todas las actividades relacionadas con la producción y el comercio de tejidos.  Prohibió la venta a quien no fuera miembro de ella y limitó el ingreso de paños de Europa continental.  Subordinó a los demás participantes de la cadena productiva, sean estos tejedores, bataneros ó tintoreros y estableció relaciones de producción típicamente capitalistas, similares a las que el patrón entabla con el trabajador asalariado. 

Con el tiempo, la mecanización de los procesos de hilandería y tejeduría hicieron prescindibles las tareas manuales de muchos.   Ante las injusticias en las ciudades más manufactureras del mundo, los obreros textiles comenzaron a manifestar su descontento, prefigurando el inicio de las huelgas.   O sea que hasta en esto, moda y derecho (de huelga) están  indivisiblemente unidos.