Periodista
y docente especializada en Comunicación de Moda
En la Historia hubo una época donde el oficio
textil estaba tan legislado que nadie que no perteneciera al círculo podía
ejercerlo. Griegos y romanos protegían de este modo los
conocimientos que los hacían superiores a los otros pueblos.
Durante el Medioevo, se desarrollaron las
Corporaciones de Oficios, asociaciones de artesanos que buscaban defenderse de
los Gremios de Comerciantes. La adquisición de personalidad
jurídica, mediante reglamentación promulgada por la autoridad municipal, obligaba
a respetar los estatutos y concedía algunos privilegios.
Con los siglos, estos Gremios de Artesanos
fueron concentrando el monopolio de sus oficios, al punto que el artesano que
no perteneciera al gremio local no podía hacer su trabajo en la jurisdicción de
éste. De ahí a prohibir el uso de las denominaciones de
origen regionales en otros lugares, un paso. Así como actualmente no
se puede llamar champagne a un espumante que no venga de la
región francesa de Champagne, en ese entonces no se podía hablar de
‘valencianas’ si el encaje no provenía de la ciudad de Valencia.
Pronto se arraigó la práctica de que fueran
los hijos aprendices los llamados a ocupar el puesto de sus padres maestros
artesanos, por lo que la profesión se convirtió en hereditaria. Pero
como a las monarquías, la corona empezó a quedar apretada. La
aparición de una burguesía que demandaba mayor cantidad de bienes suntuarios
posibilitó un aumento de la producción por fuera de la asociación, mientras que
la conquista de nuevos territorios extendió la habilidad de operarios en zonas
difíciles de controlar para estas organizaciones.
Con el advenimiento del mercantilismo,
durante todo el siglo XIV se observa a los gremios artesanales de menores
recursos caer bajo el dominio de las guildas de mercaderes, que comienzan a
comportarse como empresarios capitalistas. En 1364 la guilda inglesa
de mercaderes del paño obtuvo el derecho de monopolizar prácticamente todas las
actividades relacionadas con la producción y el comercio de tejidos. Prohibió
la venta a quien no fuera miembro de ella y limitó el ingreso de paños de
Europa continental. Subordinó a los demás participantes de la cadena
productiva, sean estos tejedores, bataneros ó tintoreros y estableció
relaciones de producción típicamente capitalistas, similares a las que el
patrón entabla con el trabajador asalariado.
Con el tiempo, la mecanización de los
procesos de hilandería y tejeduría hicieron prescindibles las tareas manuales
de muchos. Ante las injusticias en las ciudades más
manufactureras del mundo, los obreros textiles comenzaron a manifestar su
descontento, prefigurando el inicio de las huelgas. O sea que
hasta en esto, moda y derecho (de huelga) están indivisiblemente
unidos.