Por:
Connie Rudi @JosefaBohemia
Con motivo de la
II Jornada Argentina de “La moda y el derecho” y I Jornada Latinoamericana de
Derecho y Negocios de la Industria de la Moda, comencé a preparar este artículo
analizando y tomando como punto de partida a la moda como una de las industrias
más influyentes en la economía de un
país y curiosamente carente de regulación específica en la materia.
Particularmente
focalicé mi análisis en este fenómeno que ha cobrado cierta relevancia gracias
al avance de las redes sociales. El modelo de producción de moda tiene dos
componentes distintivos: (i) la tendencia,
que es el componente compartido con el resto de las industrias participantes
del mercado y, (ii) el componente que aporta la distinción entre cada uno de
los diseñadores, llamado innovación.
Innovar, según
el Diccionario de la Real Academia Española significa “Mudar o alterar algo, introduciendo novedades”.
Hace ya unos
años que experimentamos el fenómeno de lo que mundialmente se conoce como fast-fashion (que no es otra cosa que adoptar
un diseño de autor como propio y reproducirlo en serie a bajo costo) y que dada
su relevancia en todo el mundo, ha logrado modificar la estructura completa de
la industria de la moda.
Se pueden distinguir
dos tipos de participantes en lo que se denomina fast-fashion. Por un lado, el diseño perteneciente al fast-fashion, que desafía pero al mismo
tiempo realza y mejora el proceso innovador en la moda. Por el otro, las copias
e imitaciones que emanan del fast-fashion,
que desafían pero ponen en riesgo e incluso desvían la dirección de la
innovación alejando a la moda de sus aspectos más expresivos.
La imitación y
las copias no son una novedad en el mundo de la moda. Ya a principios del siglo
XX estaba plagado de competidores que realizaban bocetos en medio de los
desfiles, entre otras prácticas. En
nuestro tiempo, lo que ha cambiado no es el hecho de que existan imitaciones o
copias, ni siquiera la velocidad con la que se crean; sino la gran escala y el
bajo costo por medio de los cuales se acceden a innumerables cantidades de
imitaciones en todo el mundo. El avance de las comunicaciones (fruto de la
variedad de redes sociales) y el free
shipping garantizan que cualquier producto terminado llegue al mercado de
manera casi instantánea.
Lo más llamativo
de imitar a bajo costo y a gran escala reside no en lograr vencer a un producto
original en el mercado, sino en la habilidad de esperar y analizar cuál de
todos los diseños se convierte en éxito y copiar sólo aquellos. Los diseñadores
de moda, al innovar, asumen el riesgo de introducir en el mercado productos,
con la incertidumbre de si serán o no exitosos; mientras que los imitadores sólo
replican aquellos productos que prendieron en el mercado, replicándolos en masa
para el resto del público. Dichas
imitaciones alcanzan el mercado mucho tiempo antes de que la tendencia
finalice.
Los fabricantes
y minoristas se aprovechan de la oportunidad que obtienen como consecuencia de
dicho fenómeno. La ecuación es sencilla: venden las copias a un precio
considerablemente inferior al del producto original (disminución del precio que
es proporcional a la disminución de la calidad), pero asimismo obtienen
ganancias gracias a los bajos costos que tienen por unidad de producto y por
haber eludido los costos del diseño.
Pero tengamos en
cuenta que la imitación, no es necesariamente un elemento del modelo de negocio
del fast-fashion. Muchos minoristas
que venden imitaciones no venden solamente imitaciones, y muchas firmas de moda
reconocidas como pertenecientes al fenómeno del fast-fashion evitan recurrir a la venta de imitaciones de
apariencia similar o exacta, como por ejemplo, algunas de las más reconocidas
mundialmente son ZARA y H&M. Dichas firmas son reconocidas por evitar la
venta de imitaciones de apariencia similar o exacta; de hecho suelen adoptar
una tendencia y con sus propios diseñadores internos, buscar una interpretación
o adaptación siguiendo el modelo original. Esta es la práctica más habitual, y
a mi modo de ver, menos perjudicial para la industria de la moda y el diseño.
Desde mi lugar,
como participante de la industria de la moda y profesional del derecho no puedo
dejar de poner de manifiesto el vacío legal en nuestra legislación que
encuentra esta práctica –mundialmente aceptada-
que a todas luces pone en jaque, no solo la creatividad de muchos
diseñadores emergentes sino la magia de la innovación y de la imaginación en
general. Como toda tendencia, este fenómeno no tardó en llegar a nuestro país
dado que innumerables son las marcas de moda y diseñadores (que no viene al
caso denunciar) que copian literalmente colecciones enteras de diseñadores
extranjeros. Con estas prácticas no sólo se descuida el diseño de autor, sino
que asimismo, se descuida la creatividad e innovación -características de la
industria de la moda; dejando de lado que las industrias culturales y creativas
tienen el potencial de convertirse en uno de los dinamizadores de la economía
de un país, impulsando la diversificación productiva, y aportando de esta forma
al desarrollo nacional.